martes, 3 de enero de 2012

Jazz, jazz, jazz...

Creo que todo el mundo está de acuerdo en afirmar que el jazz es uno de los estilos de música más influeyentes, perdurables y definitivos del Siglo XX. Sin él, no existiría la música popular norteamericana tal y como la conocemos. Es un estilo que ha recorrido un largo camino durante los últimos cien años, desde sus humildes orígenes en los sombríos establecimientos del notorio distrito de Storyville, en Nueva Orleans, a las populares locuras bailarinas de la Era del Swing, pasando por los sonidos urbanos barriobajeros de los cincuenta, los experimentos y las fusiones de los sesenta y los setenta, hasta alcanzar la posición más elevada que tiene hoy: un tipo de música sofisticado, para virtuosos e, incluso, intelectual.

Este género se desarrolló a partir de las tradiciones de África occidental, Europa y Norteamérica que hallaron su identidad en el sur de Estados Unidos, así siguió evolucionando en el convenio entre músicas religiosas y la música tradicional de las orquestas estadounidenses y las armonías venidas de Europa.

Nueva Orleans ocupa un lugar muy importante en la historia del jazz, pues es considerada cuna del propio estilo; fue el principal centro jazzístico durante la primera época del jazz. Esto se debe a que se trataba de un crisol de culturas que se mezclaban, famosa fue la Place Congo, donde generaciones enteras de afroamericanos se reunían para realizar sus fiestas musicales (pues en el resto de la ciudad se les prohibía utilizar instrumentos de percusión!). Sin embargo los percusionistas de esta plaza no eran percusionistas de jazz, eso si su legado influyó de manera profunda en la música estadounidense del cambio de siglo, momento de emergencia del jazz.
Opinaba Jelly Roll Morton, que el jazz comenzó en Nueva Orleans; este estilo eclosionaba en muchos lugares de América como una nueva ola de sonidos musicales creados a partir de canciones afroamericanas de ragtime y blues llegando al centro de Estados Unidos. Pero en Nueva Orleans, la música se alimentaba de la vibrante cultura de diversas nacionalidades y grupos étnicos.

En cuanto a los estilos que más influyeron en el nacimiento y desarrollo del jazz ya hemos mencionado anteriormente que estos son el ragtime y el blues.
El ragtime fue la primera música negra que consiguió amplia popularidad y distribución comercial.  El ragtime se trataba de una música excitante y viva cuyo ritmo avanzaba en forma de marcha sincopada, además presentaba el espíritu del Medio Oeste. Este nuevo sonido no solo afectó a la música estadounidense, sino que también influyó en compositores clásicos. El público comenzó a tener contacto con el ragtime a través de las actuaciones en vivo de músicos itinerantes, compañías de minstrel y grupos de vodevil.
Si bien el piano era el instrumento por antonomasia de los músicos ragtime, el estilo se adaptaba a múltiples combinaciones y con frecuencia fue adoptado por bandas de metales, solistas de banjo y vocalistas con acompañamiento.
Y si hablamos del ragtime, no podemos olvidarnos del blues. Este estilo podría considerarse como una proclama personal llevada a la música, que describía un estado emocional desconsolado o marcado por la depresión. Como expresión de los problemas ligados a la pobreza, la emigración, las disputas familiares o la opresión, el blues ofrecía un efecto catártico generador de resignación, cuando no de optimismo; su música alivia el dolor, aportando una válvula de escape a la frustración.
El blues rural llevaba largo tiempo gozando de robusta salud en la Norteamérica campesina, como parte de una tradición viva entre una población con frecuencia demasiado empobrecida. Sin embargo la importancia social del blues desaparecerá en su versión popular de las masas.

La confluencia de estos dos estilos más la suma de un sinfín de sonidos, melodías y ritmos venidos de diferentes partes del mundo, harán del jazz una música rica en matices culturales y en constante evolución.